La nieve y yo

Julio de 1987, esa fue la primera vez que vi nieve. Tenía 6 años y todavía me acuerdo de sentir el frío de la ventana del auto sobre mi nariz y ver unas montañas enormes que en los picos tenían algo que parecía merengue. 

Dos días de ruta en auto, que claramente no son los de ahora, por ciudades, llanuras, desiertos y todo tipo de paisajes, gigantes del campo (que eran torres de alta tensión), reservas naturales, todo eso estaba entre Montevideo y San Martín de los Andes. 

Llegamos a un hotel a media montaña en la noche, se veía poco y el cansancio hizo que me durmiera en lo que demoro en apoyar la cabeza en la almohada. El amor a primera vista fue a la mañana siguiente. Me desperté, corrí a la ventana, abrí las cortinas y ahí estaban devuelta. Eran gigantes de merengue. 

Fui la primera en estar pronta, vestida cual muñeco Michelín, con un pasamontaña de lana que te hacía picar desde la cabeza al dedo gordo del pie. El corazón latía fuerte, salí y la entrada estaba tapada. Agarré un poco de nieve con mis manos y me la llevé a la boca. Vaya uno a saber por qué. Deliciosa.

Subimos al centro de ski y me mandaron derecho a la escuelita. Botas, fijaciones, los ski, bastones, pronta para salir. “Hace la casita con las puntas, eso se llama cuña”. Nevaba y me di cuenta que existe el silencio con ruido, dicen que se llama estática, la verdad es que no sé si es así pero es el silencio con ruido más lindo del mundo. Es paz. 

A los dos días ya subía con mi padre a la montaña y bajaba por los caminitos encantados entre los bosques de la ladera. Y en el camino un San Bernardo con su barrica para completar la bajada perfecta. 

Así comenzó mi amor por este deporte. Tengo 25 temporadas de esquí en mi haber, conozco unos cuántos centros en América del Sur, algunos con mejores pistas, otros con peores, mejores vistas, con más o menos servicios, pero los últimos años la sede es Bariloche en septiembre. 

¿Por qué? Porque se convirtió en una semana que junta lo mejor de los dos mundos. La unión de la familia y de un deporte que todos amamos. Septiembre no es el mejor mes para ir a esquiar y creo Bariloche no tiene las mejores pistas del continente, pero el combo hace que sea el mejor destino. 

El combo se compone de lo siguiente: familia, nieve, amigos, paisaje y una oferta enorme para los que no les gusta esquiar y que se van sumando al planazo. 

Acá algunos paseos y recomendaciones

  1. Si vas a esquiar: si nunca esquiaste, fundamental clases, alquilá todo (no gastes plata comprando porque puede que no quieras volver y la indumentaria es cara). Por lo menos dale tres días. 

Alquiler de equipos por día: U$D 12

Pase a la montaña por día: U$D 30 

(si vas varios días los costos bajan porque hay paquetes)

2. Si ya esquiaste alguna vez: teniendo en cuenta que vas una semana, haría un combinado de clases y días libres para practicar y tomártelo con calma. 

3. Alojate en la base del cerro: podés encontrar apartamento para 3 personas por U$D 700 la semana. 

  • Si no vas a esquiar: quédate en la ciudad. Hay hoteles de todo tipo, color y precios. El rango arranca en U$D 60 y sube a U$D 300-400. 

Recomendados en gastronomía: Foco, El Mallin, La Marmite, Bar Patagonia 

Paseos: Centro Cívico, Catedral y alrededores, hay walking tours interesantes. Circuito Chico, Cerro Otto, Cerro Campanario, Isla Victoria y Bosque de Arrayanes, Colonia Suiza, Nahuel Huapi, Llao Llao y Puerto Pañuelo. 

Por más info:

Catedral alta patagonia

Bariloche

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